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Adán y Eva, de Rosario de Velasco

Sirva este post para anunciar una nueva sección: el cuadro de la semana. Un apartado no de crítica sino, en la mayor parte de los casos, de admiración, respeto, homenaje, a una pintura destacada. En la historia del arte serían miles y miles las obras que podríamos elegir, pero iremos seleccionando y comentando –desde el rupestre al contemporáneo– aquellas que por uno u otros motivos destaquen para este blog.

Y empezamos con una mujer. O mejor dicho, con “Adan y Eva” de Rosario de Velasco. Una pintora figurativa española integrante de la Sociedad de Artistas Ibéricos y próxima a la Nueva objetividad alemana. Vasca, descendiente de carlistas y de fuertes convicciones religiosas, Rosario de Velasco se manifestó ideológicamente cercana a la Falange Española. Durante la Guerra Civil huyó a Francia, cruzando la frontera a pie para pasar a la zona sublevada, donde nació su única hija, María del Mar, y colaboró con sus dibujos en la revista Vértice. Acabada la guerra, y ya en Barcelona, se destaca por su aspecto bohemio y estrafalario en el vestir e inicia una etapa de intensa actividad pictórica aunque se mantuvo siempre alejada de las corrientes artísticas y rodeada de amigos como Dionisio Ridruejo, Pere Pruna, Carmen Conde o Eugenio d’Ors, quien dijo de ella que era la Pola Negri de la pintura.

Rosario de Velasco / Madrid, 1904 – Barcelona, 1991.

Obtiene en 1932 la segunda medalla de pintura en la Exposición Nacional de Bellas Artes con este lienzo, Adán y Eva, datado en ese año. De igual modo, presentará esta misma pintura en las muestras organizadas por la Sociedad de Artistas Ibéricos en Copenhague y en la galería Flechteim de Berlín, entre diciembre de 1932 y enero de 1933. Centrada en la representación de dos personajes –un hombre y una mujer, recostados en una pradera, sobre una tupida vegetación que recuerda la elaborada factura del aduanero Rousseau–, en esta composición se encuentran las principales constantes de la trayectoria plástica de su autora, una producción figurativa que en el período anterior al año 1936 se aproxima al realismo de los colectivos identificados con la corriente europea de recuperación del clasicismo, como la Nueva Objetividad alemana o los italianos Valori Plastici. Si bien la iconografía de Velasco se inspirará siempre en los motivos pictóricos tradicionales (naturalezas muertas y composiciones con figuras, como en el propio caso de Adán y Eva), la aproximación a esos mismos temas se caracteriza en estos momentos por un innovador tratamiento formal, que incluye los aspectos técnicos y el empleo del color.

 

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“Adán y Eva” principia por mostrarnos a la pareja completamente vestida, lo cual no es más que una anécdota de un moralismo ingenuo. Adán y Eva son los padres venideros de la raza vasca y la pintora consigue que todo tenga la noble pesantez del pasado.

Esta es la opinión de Francisco Umbral sobre el cuadro y la autora:

“Después de la primera Guerra Mundial, en la que España ni siquiera había participado, se extiende por Europa un movimiento artístico que pudiéramos denominar “retorno al orden”. Se aludía claramente, ingenuamente, a las épocas de bonanza que habían de venir. Europa se entregaba, con sencillez impropia de su veteranía, a la ley del péndulo, soñando con un tiempo edificado y venidero en que todo estaría en orden. Dentro de este orden unánime herborizaban movimientos no tan unánimes. Así, Italia hacía su arte para glosar el nacido fascismo, Alemania inicia ya el giro crítico del hitlerismo, que pretende enfrentar a las masas con el renacimiento industrial y económico que aparece después de la derrota germánica.

Considerados estos movimientos globalmente, lo que tenemos es un movimiento reaccionario, una nostalgia nacionalista que los Estados cultivan y protegen como patriotismo, pero que no son sino el germen de nuevos imperios y de nuevos imperialismos. Pronto lo sabría Europa, la Europa bien intencionada y poco eficaz de la Sociedad de Naciones, con nuestro inefable Salvador de Madariaga a la cabeza.

Pero lo que nos interesa aquí es este nuevo arte viejo en sus modalidades más reaccionarias. Lo primero que auspiciamos en ellas es un patriotismo de aldea muy logrado de forma, muy perfecto de culto, pero hecho en nombre del pasado, como un largo y melancólico homenaje a la patria anterior a todas las patrias. Este aldeanismo se hace extensivo a toda Europa, aunque hay países donde el nacionalismo no quiere privarse de la orgía vanguardista, y entonces se hace una pintura dislocada y con diversos puntos de referencia que dificultan su entendimiento y su comunicación.

Pero es interesante el descubrimiento de una vanguardia retrógrada en plena fiesta vanguardista. Por lo que se refiere a España, no había intervenido en la guerra salvo para una fructuosa venta de mulas nacionales a los franceses. Pero si no nos llegó la guerra sí nos llegó la paz y con ella esa escuela pictórica que herboriza principalmente en el País Vasco, con la calidad de pan tierno que ya tuvieron los Zubiaurre y que encontramos en Rosario de Velasco, llena de una perfección de manzana verde entre un arte tan masculino como el vasco.

Su cuadro Adán y Eva principia por mostrarnos a la pareja completamente vestida, lo cual no es más que una anécdota de un moralismo ingenuo. Adán y Eva son los padres venideros de la raza vasca y la pintora ha conseguido aquí, sin apelación a ninguna clase de simbolismo o alegoría, que todo tenga la noble pesantez del pasado, que la aldea gravite intacta en el tiempo y el espacio pintada con una perfección que nos recuerda a Zurbarán por la fiebre humana y templada de la carne, por la majestad de los semblantes aldeanos del hombre y la mujer. Hay como una energía retrospectiva en lo que pinta Velasco. El cielo y la campana tienen una duración maciza y táctil. A fuerza de patriotismo la autora del cuadro se ha quedado en un aldeanismo realista que tiene la calidad y la sinceridad del pan.

Por este camino no fueron a ningún sitio los pintores vascos, salvo al Museo de Bilbao. Tiene más interés erudito toda aquella contravanguardia de la primera postguerra que verdadero interés artístico o renovador. Las guerras perdidas siempre engendran nostalgias antañonas que no son sino la recuperación del pasado por otros caminos. En Europa hubo de todo, verdadera vanguardia y vanguardia ficticia y esnob. En España hubo un esnobismo inverso que, aparte calidades, se acogió a la grata narratividad del pasado.

Aquel arte fue narrativo porque fue melancólico, elegíaco. La elegía dulce de la aldea no bombardeada. Algo así como una adivinación artística de la aldea bombardeada que sería Guernica. Cabe suponer que Picasso conoció aquellos cuadros y por eso pudo pintarlos a la inversa. La campana y el caballo habían dejado de conocerse para siempre”.

 

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Ficha técnica

 Fecha: 1932

 Técnica: Óleo sobre lienzo

 Dimensiones: 109 x 134 cm

 Exhibición: Museo Reina Sofía, Madrid.

 Observaciones: Año de ingreso 1988 (procedente de la ordenación de fondos del Museo Español de Arte Contemporáneo, MEAC).

 

1 Response

  1. El texto de umbral tiene ese aire de «superioridad» al que nos tenía acostumbrado. Cuando lo leo me parece que le estoy oyendo: tal simbiosis había entre su forma de hablar y sus palabras. Parece dar una de cal y otra de arena pero su estrategía es evidente: aparentar mucho conocimiento y sensibilidad para finalmente ningunear el trabajo de una artista excelente que cometió el «pecado» de participar de la ideología de los «vencedores». Los referentes y la presencia de esta obra son poderosos pero la cojera ideológica le deriva a un final adecuado a su servidumbre. Un texto que disimula malamente sus prejuicios.

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