La Alquimia de la pintura
Rafael Alberti ya lo dijo en su soneto “Al Lienzo”: “Ya no eres lino, plano humilde, tela / Ya eres barco celeste, brisa, vela.”
Para Raúl Romero, el arte, y en especial los materiales que utilizaba, eran una forma de convertir un metal en oro.
Sólo se conformaba con la elección más conveniente para él, sólo se permitía investigar su trabajo más cardinal con ciertos componentes más orgánicos.
Raúl Romero amaba la inviolable nobleza de los pigmentos originales que luego mezclaba con aceite, cuando usaba óleos ya preparados los elegía meticulosamente para quedarse con los de mejor calidad, también la tinta china y las plumillas.
Ennoblecía sus obras tal y como se hace tributo a lo sagrado, como si sus creaciones, que no consentían acrílicos ni sintéticos, despertaran una conversación privada con el lienzo que sólo se podía desempeñar con ingredientes de calidad.
Sus materiales permitían abrir un portal hacia lo solemne, hasta el más pequeño detalle, buscando así quizás la veracidad final más atroz, la esencia definitiva del método, la última matrioshka, aquella limpieza en la forma y convertir lo primigenio en oro, como Mies van der Rohe explicaba: “Dios está en los detalles”.
El acrílico, al fin y al cabo era mero plástico, a veces también usaba folios comunes cuando tenía ratos libres en los institutos en los que trabajaba o cuando iba y venía del Círculo de Bellas Artes y el soporte pedía ser más ligero.
Al abordar el tema de los soportes, y debido a la gran proliferación de este artista, usaba mucho el papel pero, cuando se trataba de las obras que él consideraba más importantes, usaba uno más específico y especial.
Se puede decir así que Raúl Romero era un artesano, un buscador del núcleo, un hombre de rituales que visitaba siempre las mismas tiendas de materiales, una de sus preferidas era la llamada CASA PONTES, en la calle Carmen de Madrid, ahora localizada en otro sitio; también en la legendaria MACARRÓN, donde compraba numerosos bastidores y marcos.
Su obra y su trabajo se extendía a la enmarcación de las piezas, a lo que le daba una gran importancia. Las pocas y especiales obras que él mismo enmarcó se conservan con el enmarcado original ya que cambiar su elección sería como borrar una pincelada.
Su alquimia personal se formaba de detalles y rituales que llevaba su arte al siguiente nivel, se comprometía con el lienzo, con su promesa más noble, para así transmutar ciertos materiales en la magnífica sencillez de lo excelente.
Tànit Villamartin Espert