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Murillo en graffiti | 400 años le contemplan

Siendo el menor de catorce hermanos, hijos del barbero Gaspar Esteban y de María Pérez Murillo, se supone que Bartolomé Esteban Murillo debió de nacer en los últimos días de 1617 y fue bautizado en la parroquia de Santa María Magdalena de Sevilla el 1 de enero de 1618. Y más precisión para rendirle homenaje en su cuarto centenario ha sido imposible. En la madrugada de Nochevieja, en el polígono sur de Sevilla, una casa ha estrenado fachada “¡con mucho arte!”. Los artistas Opas, Theo Magma y Bonim han transformado ‘Los tres muchachos’ de Murillo -en una adaptación del cuadro- con un enorme graffiti en la calle Luis Ortiz Muñoz, 347 años después de que el pintor lo realizase.

En el barrio de Murillo, en las tres mil viviendas, y en la fachada de uno de sus edificios la imagen con niños de distintas razas como el mejor modo de honrar al pintor y a la multiculturalidad de sus habitantes. Asombro para quien lo mira y admiración para quien haya tenido la idea: el mejor modo –y más llamativo- de dar a conocer la pintura, el arte y la cultura. ¡Enhorabuena por el graffiti!.

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Bartolomé Esteban Murillo | “Tres muchachos” (Dos golfillos y un negrito), hacia 1670. Óleo sobre lienzo 159 x 104 cm. Dulwich Picture Gallery, Londres.

Murillo, sevillano, el pintor barroco español mejor conocido y más apreciado fuera de España, fue el único citado por Joachim von Sandrart –el primer historiador de Arte- en su Academia picturae eruditae de 1683. Tuvo un esclavo negro –llamado Juan- que había nacido en 1657, y es probable que sea el modelo empleado en este lienzo, también titulado “El pobre negro”. Un ejemplo de maestría sobre cómo captar reacciones psicológicas: la escena al aire libre muestra a dos niños descalzos a punto de merendar cuando aparece un tercero, de camino con un cántaro al hombro, pidiéndoles un trozo de esa sabrosa tarta. El niño que tiene el pastel esconde su manjar, mientras que el otro nos mira a los ojos, cómplice y sonriente. Dos con ropa clara, uno con ropa oscura. Un triangulo que centra y organiza la composición, con la cabeza del niño negro como vértice en altura, con un asombroso juego de luces y sombras, tonalidad terrosa y sensación naturalista.

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