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Crítica de Arte, 1996.

«Quienes quieran llegar al pleno entendimiento de esta pintura, procuren entrar en ella sin hacer ruido, porque es pintura nacida de los profundos silencios de un pintor que se retiró ya en su juventud a los adentros de si mismo para profesar en sus oficios con unción religiosa y sin prisa por emerger a la superficie de esas fugaces apariencias que hacen hoy tan efímero el arte.

Cuando hace años me encontré con esta pintura de Raúl Romero fue por acaso. Me acerque a su obra atraído por unos esplendidos dibujos suyos, pero el encuentro con la plenitud de su obra hizo que el juicio que yo llevaba como apercibido para ella se detuviera de pronto ante la sorpresa de una revelación que me descubría un aliento trascendente, la sospecha de que encerraba algo muy serio que no se dejaba juzgar con palabras ya usadas.

Y hoy pasados los años, aquella sospecha se ha diluido en la certeza de que estoy ya ante una de las mejores verdades que puede ofrecer hoy la pintura española.

Creo que si este pintor tan ajeno al alboroto de la publicidad, pintor y espeleólogo escrupuloso de su obra, nos la muestra hoy en una memorable exposición, no es tanto para que nosotros la veamos, cuanto para poder verla él mismo a la despiadada luz de los entendimientos ajenos. Y en este resumen sustancioso, cosecha de varios años de labor ensimismada, hay condensadas tres fases como tres estados de alma que podrían ser el rigor académico de un dibujo solvente, el dramático gesto de un realismo fantástico en lucha con el ángel y la emocionada abstracción donde el pintor limpia de rémoras formales su pincelada. Esa es la magnífica trinidad que nos ofrece esta pintura, tres alardes distintos de un solo pintor verdadero.»

Manuel Augusto García Viñolas | Crítico de Arte.
Noviembre 1996.

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