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Raúl Romero | Cubismo Mágico

Se suele señalar 1910 como inicio de la historia del cubismo como movimiento, con la aparición de cierto número de artistas que se profesan cubistas en el Salon des Indépendants y posteriormente en los Salons d’Automne entre 1910-14. En esos años, Braque y Picasso se habían encerrado en sus estudios de Montmartre, rehusando participar en exposiciones de grupo, aunque los resultados de sus investigaciones ya habían sido asimilados por un cierto número de artistas, lo que posibilitó una primera exposición cubista. Ésta se celebró en el Salon des Indépendants, a raíz de que Gleizes y Metzinger, respaldados por Délaunay, Le Fauconnier y Léger expresaran su indignación por la ubicación de sus cuadros en el salón anterior, lo que les permitió obtener una sala aparte para ellos y sus amigos. Se les unieron Archipenko, Picabia, Marie Laurencin, Roger de la Fresnaye y Alfred Reth, ocasionando tal reunión un ¡succès de scandale!. Era la Salle 41, y comenzaba otra historia de la pintura…

Romero, Raúl, recibe en sus años universitarios la influencia del Impresionismo y reacciona de modo explosivo. En sus obras rechaza la impresión en favor de una comprensión más profunda de su realidad. Su fórmula era la forma-color. Creía que la naturaleza no se dibuja, sino que se manifiesta a través del color. Cuanto más color se necesita, más aparece el dibujo de los objetos, pero desaparece en la forma. Por eso, en esta etapa, sus óleos y témperas (de gran formato) no es una pintura dibujada, sino una pintura de volúmenes, de formas. Y una vez creadas, hay que relacionarlas entre sí, surgiendo aquí el problema de los planos, que lo impulsa a mirar los objetos desde varios puntos de vista. Igual que en los orígenes del movimiento: su cubismo “mágico” tiene un replanteamiento de la obra de arte, de las formas, de la perspectiva, el movimiento, el volumen, el espacio, el color, etc. Crea un nuevo lenguaje pictórico y estético que implica una nueva relación entre el espectador y la obra de arte. El espectador ya no puede contemplar la pintura sin más, sino que tiene que reconstruirla en su mente para poder comprenderla. Apasionante.

 

raul romero altares

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