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«De Degas a Picasso» | El tesoro privado de un espía

R. Stanley Johnson, un estadounidense con un asombroso criterio a la hora de elegir artistas y una increíble capacidad para los idiomas, filósofo e historiador de arte, hijo de un galerista, exagente de la CIA en Europa (“fuí un fracaso total como espía”), y uno de los mayores coleccionistas del mundo, se hizo amigo en París de Daniel-Henry Kahnweiler, el marchante de Picasso. Stanley era un jovencito que trataba de buscar cuadros para enviar a la galería de su padre en Chicago y Kahnweiler un anciano de noventa años que al encontrarse una tarde le dijo: “tengo 120 dibujos, acuarelas y pasteles de Picasso para vender. Elije lo que quieras, no se lo digas a nadie, guárdalos y prométeme que nunca lo venderás”. Así fue. Los compró, sin intermediarios, los coleccionó, y hoy día rompe su antigua promesa, mostrando al mundo una colección inédita. Extraordinaria historia la de este hombre y su esposa, ancianos, que comenzaron a comprar obras en los 50´, en aquellos días de un París artístico y literario «todavía en un mundo muy pequeño en el que casi todo el mundo conocía a los demás y no era raro escuchar a Juliette Gréco cantando desde la ventana de su dormitorio, abierta a la calle, o comer con Picasso, Braque y los cubistas«. El Ashmolean de Oxford expone parte de la colección privada de un hombre que, estando en París tras la II Guerra Mundial, eligió el sitio correcto y el momento exacto para comprar a buen precio obras de arte de los mejores pintores del XX. Conoció, compró, o se hizo amigo de Pissarro, Cézanne, Degas, Picasso, Léger, Van Gogh, Dufy, Braque, Gris, Chagall…

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«De Degas a Picasso», un tesoro privado.

Es el nombre de la exposición que desde este pasado fin de semana y hasta el 7 de mayo se muestra en el Museo Ashmolean de la Universidad de Oxford, con una exclusiva y original mirada sobre cómo se gestó parte del arte moderno. Los alrededor de 100 lienzos y dibujos que conforman la muestra proceden de la colección privada del marchante R. Stanley Johnson y su mujer, Úrsula, y hasta ahora no habían sido expuestos en Europa. La historia la conocemos todos, pero las obras que se exponen casi nadie las ha visto en público hasta ahora.

Johnson y su esposa iniciaron su colección cuando estudiaban arte en el París de los años 60´ y obras de Édouard Manet, Paul Cézanne, Vincent Van Gogh o Pablo Picasso forman este tesoro tan valioso como particular contra el que ningún museo europeo podría competir, ha declarado Colin Harrison, comisario de la exposición. «Es sencillamente imposible ver estas obras en una colección pública«, y es que entre las «rarezas» de la colección figuran algunos aguafuertes de Van Gogh, un retrato de su médico -el doctor Gachet-, un dibujo de un hombre paseando firmado por George Seurat o los primeros bocetos a carboncillo de «Las señoritas de Aviñón», de Picasso.

El octogenario Johnson está orgulloso de mostrar su colección en el museo Ashmolean, vinculado a la prestigiosa universidad de Oxford. «El único lugar perfecto. Al fin y al cabo, se trata de arte europeo, así que teníamos que batir a los europeos en su propio campo», ha bromeado el propietario en la inauguración de la muestra.

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Exposición «De Degas a Picasso» | Museo Asmolean, Universidad de Oxford. Del 10 de febrero hasta el 7 de mayo 2017.

 

R.S. Johnson: 60 años aprendiendo Arte.

Stanley Johnson siempre fue un buen estudiante, pero su trayectoria hasta convertirse en uno de los grandes del arte a nivel mundial fue tortuosa. Viajero incansable desde muy joven -en autobús, en camión o a caballo-, buscando amigos, mentores, ministros de asuntos exteriores, o anacondas y terremotos letales. Y es que desde su Chicago natal se desplaza a estudiar arte y arquitectura en la ciudad de México, no aguanta más de un año y se traslada a Northwestern, y de ahí a Ginebra, a mediados de la década de 1940 donde, por fin, termina sus estudios en filosofía e historia del arte. Como no puede estarse quieto, en Francia, se ofrece voluntario al ejercito norteamericano al final de la ocupación europea, y es reclutado como espía para la CIA (su título era “Oficial Auxiliar de Enlace en Viena”), en gran parte debido a sus múltiples viajes y aptitudes lingüísticas, y tenía como misión “asistir a cócteles para escuchar a los generales extranjeros”. Johnson ha reconocido que fue “un fracaso total como espía, pero un intérprete muy capaz”. Fue un tiempo salvaje en su vida, y en el mundo.

No contento con la fluidez de su francés y español, Johnson quiso mejorar su alemán, así como sus estudios de arqueología e historia, pero lo teutón no le entraba, así que se traslada de nuevo, llega a la Universidad de Innsbruck, y haciendo allí un trabajo de posgrado en historia del arte conoce a una hermosa joven alemana –Úrsula- que sería su futura esposa. Y ¡vaya si el alemán de Johnson mejoró considerablemente! –se dice que para ganarse a la chica hablaba con su suegra sólo en alemán-, aunque él y Úrsula se comunicaban en francés, que él aun hoy considera su mejor medio de expresión.

Juntos, Johnson y Úrsula, regresaron a la Universidad de Viena, donde Johnson pasó a estudiar griego antiguo. De Viena fueron a Perugia para estudiar a Dante durante nueve meses, y de Perugia a Florencia, donde la historia del arte realmente comenzó a permear la existencia de Johnson. Cada mañana, durante meses, iba al Museo Uffizi y pasaba horas y horas mirando cada pintura. Él mismo recuerda: «Miré cada detalle, cada pincelada, cada sentimiento. Me familiaricé totalmente con las pinturas, y siempre estaba atento a lo que la gente tenía que decir cuando las miraba”. El arte flotaba, se respiraba, era exhausto e infinito el modo de imbuirse en los cuadros. Johnson se dio cuenta de cómo se observa la pintura por nacionalidad: «Los franceses tenían cosas importantes que decir, pero todos tenían las mismas cosas que decir. Los alemanes tenían ideas interesantes y profundas, pero eran todas las mismas ideas. Los americanos sin embargo, podían estar de pie frente a las mismas pinturas y aunque no pudieran tener ideas inteligentes o sofisticadas – Johnson dice que a menudo sus paisanos eran ridículamente tontos- eran personas del nuevo mundo que de vez en cuando se asombraban por el descubrimiento de lo que era verdaderamente hermoso. Miraban el arte con una mente abierta, como niños«. Una anécdota muy curiosa es la de aquel hombre de Texas que frente a Miguel Ángel «ah-ha» preguntaba ¿por qué carecía de “una tercera dimensión”?. Hoy, Johnson dice: «Todavía estoy luchando por ganar frescura en la visión del arte. Yo tuve la suerte de ver una de las mayores colecciones de arte del mundo con antelación«.

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De casta le viene al galgo.

El padre de Johnson, S.E. Johnson, inauguró su galería de arte en 1955, en 224 South Michigan Ave., comprando un local que estaba a la venta en el edificio de la Universidad de Roosevelt. En 1963, cuando el edificio 645 N. Michigan Ave. fue construido la galería se instaló en el segundo piso. (Nota: Hace aproximadamente dos años el negocio se trasladó a la novena planta a un espacio más íntimo debido en gran parte a la proporción de negocios en Internet que ahora hace la galería). Úrsula recuerda que la tarde de otoño en la que la galería se abrió por primera vez en la nueva dirección “fue un viernes de noviembre de 1963; era la noche en que JFK fue asesinado. En realidad estábamos en París, e incluso desde allí estábamos temblando. Fue un noviembre muy malo, y todo fue muy memorable«.

En los primeros días de la galería, el viejo Johnson fue a visitar a su hijo en París. Stanley y Úrsula vivían en Saint-Germain-des-Prés en el sexto piso de una calle sin salida del siglo XVII, luego en el Hôtel de Verneuil, donde solo había agua corriente –y fría- en el segundo piso. «Era la miseria total, pero podíamos mirar hacia el Louvre” y el padre solo pudo decir: “bajemos a tomar café”. Allí, padre e hijo, “negociaron” el principio de su relación laboral; a pesar de la distancia –París / Chicago- el joven Johnson comenzó a trabajar para la galería de su padre desde París, aprovechando su proximidad a algunas de las grandes mentes y talentos del siglo XX. Cuando el galerista le dijo a Jean Cocteau que le encantaría mostrar su arte en Chicago, su hijo recuerda: «Bajé a la cafetería de la esquina para usar el teléfono y busqué en la guía telefónica: ‘Cocteau, Jean’. Cuando respondió, le dije que mi padre tenía una galería en Chicago y que quería hacer una muestra de sus cerámicas y dibujos. Dijo: ‘Me encantaría hacerlo. Pero por desgracia hoy, mañana, mediodía y noche, estoy ocupado. Ven a tomar el té a mi casa mañana«. La exposición de Chicago fue antológica, y fue sólo la primera de varias negociaciones de arte significativas que se iniciaron en la cafetería de su barrio y que hicieron historia en America.

En éstas estaban cuando Johnson viajó junto a Roma con sus padres. Querían conocer a Giorgio de Chirico; el padre como comprador, el hijo como intérprete, hablando con él en francés e italiano junto con su esposa. Johnson recuerda: «Simplemente nos amaron a los tres; nos llevamos tremendamente bien. Mi padre compró 24 pinturas de Chirico por US$12,000”. Al final de la venta Chirico dijo: «me encantáis los tres y me gustaría invitaros a cenar mañana, pero debéis prometerme no hablar de negocios y simplemente tener amistad, amistad, amistad, amistad”. Una lección importante para el joven Johnson sobre cómo hacer negocios en el arte. Las 24 pinturas viajaron a la galería en Chicago. No se vendió ni una. Johnson admite, «Fue un desastre, y doce mil dólares de entonces era una fortuna. Mi padre escribió una carta a De Chirico, que conservo, que decía que la razón por la que no se vendía era porque todas las pinturas tenían malos temas, así que él quería intercambiarlos por otros nuevos. De Chirico respondió que no era por los temas, sino porque era un mal arte”. Cambiaron las pinturas, una por una se fueron vendieron por unos mil dólares unidad. Hoy los mismos cuadros se subastan por encima del medio millón de dólares.

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Aun con todo, para el joven Johnson, la venta de arte no era su ideal de vida, sino que la mayor parte del tiempo continuó estudiando historia del arte y filosofía junto a Úrsula, aprendiendo de André Chastel, uno de los más grandes profesores de historia del arte del siglo XX, o en el Instituto de Arte y Arqueología de la Sorbona con Jean Wahl. Ambos se graduaron en la Sorbona.

El padre de Stanley, galerista, murió repentinamente en 1967, y fue él quien heredó el negocio familiar: «Era una galería comercial. Mi padre tuvo que vender muchas veces cosas horribles, poco a poco conseguimos mejores piezas, y al menos lográbamos pagar el alquiler«. Su mundo de estudiante acabó con la muerte de su padre-mecenas y la vida empezó a ser muy diferente, de hecho, reconoce que «cuando estuve en Florencia, mi padre me escribió una carta diciendo: Somos tus padres y estamos pagando por ti, pero ¿qué estás haciendo? ¿qué te mantiene allí?. Respondí que no estaba haciendo absolutamente nada y tenia la intención de quedarme dos meses más sin hacer absolutamente nada. Cuando volví a Chicago, le dije que había estado en el Uffizi de la mañana a la tarde cada día, y su reacción fue: «Eso es maravilloso. Me encantaría poder hacer eso, pero no puedo alejarme de mi negocio. Él supo apreciar lo que estaba haciendo, mis viajes, mi bagaje y supo reconocer que lo que aprendía eran los pilares de conocimiento para cuando yo dirigiera la galería”.

Cuando él y Úrsula tomaron las riendas de la galería todo cambió de manera espectacular; aportaron una perspectiva erudita y mundana, aportaron investigación artística, nuevos métodos, artistas y formas de venta, especializándose con el tiempo en el postimpresionismo, el cubismo y el expresionismo, y siempre adquiriendo obras, arriesgando su propio dinero. «Tomamos nuestras propias decisiones en lo que vamos a comprar, no compramos obras porque sean o no vendibles, -eso no nos interesa-, sino por el hecho de que nos gustaría ser dueños de ellas. Siendo así podemos ir a nuestros amigos y decir que compramos esto o aquello y creo que eso es una cosa maravillosa. ¿Por eso somos excepcionales?, pues así es como dirigimos la galería”.

Apostaron por el Arte, no por el negocio, y eso es una ventaja sobre cualquiera. A la hora de comprar, o de elegir una obra o un artista, no triunfa el que tiene más dinero sino el que tiene el mejor ojo, y una vez detectado gran parte del éxito de futuro esta en la “amistad, amistad, amistad…»

Johnson atestigua que cada obra en su colección privada tiene una historia. Su biografía como viajero, como estudiante, historiador del arte, comerciante y galerista, coleccionista, esta llena de historias personales y grandes relaciones. Su mejor compañero de todo ha sido sin duda su esposa, su compañero intelectual y de negocios y la razón por la que finalmente dominó el alemán. Acerca de Úrsula dice, «Ella es tranquila, inteligente, única. Juntos hemos formado nuestra colección, y nuestra vida.”

Texto: extracto del 60 Aniversario de la Galería R.S. Johnson Fine Art. Chicago, 2015 | Fotos: colección privada, dibujos de Pablo Picasso. Portada: Jean Dubuffet, Sourire, 1962.

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